En 1951 el diario La Opinión de Los Ángeles (Califormia, Estados Unidos) publica una interesante nota sobre un personaje olvidado en el tiempo. Se trata del mollendino Renato Holguín, considerado héroe estadounidense de la Segunda Guerra Mundial.
Su historia es de película y digna de sacarse el sombrero, acá la pasamos a contar.
A los 21 años llegó a California con la intención de estudiar y, como buen porteño, también jugar fútbol. Muy pronto se hizo conocido en la colonia latina y participó en diversos torneos defendiendo a diferentes equipos como los Scouts, Victoria, Panamericano, Vikins y Yugoeslavos. Eran los finales de los años 30.
Cuando estalla la Segunda Guerra Mundial (1 setiembre de 1939), Holguín ingresa al Ejército Aliado y muy rápido se gradúa en la Escuela de Artillería, para integrarse a la fuerza aérea americana como ametrallorista en los aviones usados para el bombardeo. En seis meses – resalta la publicación – llega a recibir el grado de sargento.
Participó con éxito en el primer asalto aéreo a Grecia (abril 1941) y en incontables misiones en Italia. Se resalta que enfrentó a los cazas alemanes y al poderoso fuego antiaéreo en Francia y Alemania.
Dos veces realizó aterrizajes forzosos porque el fuego enemigo alcanzó su nave y en otras dos tuvo que lanzarse en paracaídas para salvar su vida.
Pero en uno de los ataques al aeropuerto alemán que los nazis habían instalado de Peruggia, al norte de Italia, el fuego antiaéreo alcanzó su nave como las otras 124 que conformaban la flota de bombardeos.
“Fue ahí donde creí que mi vida había terminado y pensé que nunca iba a regresar al suelo de mi madre patria”, confesó en una entrevista postguerra.
Una metralla le desgarró una pierna y una bala le hirió el cráneo, perdió el conocimiento. Sus compañeros lo consideraban muerto y abandonaron el bombardero lanzándose en paracaídas. La nave iba en picada con el mollendino dentro de ella. A 122 metros de estrellarse con el suelo se despierta y se lanza al vació. Su paracaídas no logró abrirse del todo, cae como un cuerpo inerte al suelo y se rompe la espina dorsal.
Es tomado como prisionero por los soldados nazis, estos golpearon su cuerpo con la culata de sus rifles hasta dejarlo inconsciente. Fue llevado a un hospital donde estuvo postrado 8 meses en cama.
Luego fue enviado a un campo de concentración y después, cuando las fuerzas aliadas ganaban terreno, lo metieron junto a otros 6000 prisioneros en un barco carbonero. A todos los encadenaron y cuando se quejaban los callaban a culetazos. Dos mil murieron.
Los médicos alemanes querían amputarle la pierna, pero apareció un cura inglés que lo impidió y comenzó a curarlo. En muletas junto a 4000 prisioneros recorrió cerca de mil kilómetros en 53 días comiendo carne de caballo podrida y perros muertos. “Recuerdo que llegué a Berlín pesando 49 kilos, yo pesaba 72. Hasta había dejado de utilizar bastón para caminar”, narra.
Cuando las Fuerzas Aliadas toman Berlín en abril de 1945 es liberado y reconocido como héroe. Recibió las siguientes distinciones: Cruz de Servicio Distinguido, Medalla Aérea con cuatro medallines, el Corazón Púrpura, una Alta Mención Honorífica del Presidencial, entre otras.
Si sobrevivir a esa pesadilla era un triunfo, para él lo más valioso fue volver a jugar fútbol pese a que los médicos alemanes le dijeron que nunca volvería siquiera a correr. Hasta logró integrar la Selección Latina de California que enfrentó al Manchester United de Inglaterra en recordado partido disputado en el estadio Gilmadre de Hollywood.
En 1947 retomó sus estudios en la Universidad del Sur de California, donde luego fue profesor de castellano. Se casó con una escocesa con la que tuvo 3 hijos. En octubre de 1950 retornó a Perú, para trabajar en la Universidad de Lima.
Este es el último párrafo de este especie de crónica: “Quizá estas letras lleguen a ser leídas por un buen peruano; lo ideal sería que llegase a la prensa de aquella república y alguien se interese por ver que su gente le haga el homenaje que se merece, porque acciones como las que Holguín escribió por su patria y por el mundo, ¡JAMÁS SE PAGARÁN!”.
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