Sobrevivir
trece meses encarcelado, sentirse injustamente tras los barrotes lejos de su
país, sin nadie, trabajar para tener un colchón en el suelo donde dormir y un
plato de comida, vivir en carne propia la xenofobia contra los peruanos, puede
ser considerado por muchos como uno de los máximos logros de un hombre
acostumbrado a las proezas. Pero para Rubén Medina Cruz, el “tritón mollendino”
solo ha sido una “mala experiencia”, un “mal momento” que espera cicatrizar
pronto y rehacer su vida y la vida junto a su familia.
“Lo
peor ya terminó”, cuenta. “Ahora hay que rehacer mi vida con mi familia. Lo
primero es reordenar la casa, comenzar a recuperar las cosas que se empeñó, ver
la situación de mi hijo (Sir) en su colegio. Hay mucho que hacer”, comenta minutos
antes de ir junto a un grupo de muchachos rumbo al muelle viejo de Mollendo. El
mar es su vida.
“Hay
que incentivar la práctica del deporte en estos muchachos, ahora que hay muchos
vicios de perdición”, reflexiona vía telefónica como cuando nos llamó desde la
cárcel de San Pedro de La Paz (Bolivia). “Estoy injustamente preso, por favor
que alguien haga algo”, dijo en aquella oportunidad.
“En
la cárcel hay todo, hasta internet, por ahí te envíe unas fotos y también
teléfono; pero todo se paga y yo tenía que trabajar limpiando cosas para pagar
mi colchón, mi comida”, cuenta.
Una
epopeya
“La
xenofobia contra los peruanos es alarmante en Bolivia”, cuenta y en ella
justifica el por qué fue encarcelado injustamente en La Paz. Como
funcionario internacional de la
Autoridad Binacional del Lago Titicaca en el cargo de asistente administrativo,
Rubén tenía a su cargo el cuidado de maquinaria que se encontraba depositada en
el lado boliviano de Desaguadero.
La
pesadilla comenzó cuando se percató de que una pieza de un equipo topográfico
se había perdido. Hizo la denuncia el 7 de abril del 2011. Lo que pasó luego
fue increíble. Los altiplánicos lo acusaron de que él había sustraído ese
repuesto valorizado en un dólar americano; pero que ellos tasaron en 8 mil
dólares, es decir más del costo total del armatoste.
Sin
derecho a defensa, lo trasladaron a la gélida cárcel de San Pedro. “En Bolivia
hay repudio contra los peruanos”, sentencia.
“Todo
fue producto de la xenofobia contra los peruanos porque piensan que van a Bolivia
a robar y no a trabajar”.
“Cuando
estuve ya en la cárcel tuve que trabajar porque allá todo se paga, la celda, el
colchón, la comida. Quizá los demás peruanos que estaban encarcelados sí tenían
dinero por guardaban de lo que habían robado; pero yo no. No tenía nada”.
Pasaron
los meses y su familia junto a amigos comenzaron a hacer una campaña a nivel
nacional dando a conocer la injusticia contra uno de los máximos exponentes de
la práctica de aguas abiertas que tiene el Perú.
El
reclamo pasó las fronteras mollendinas y llegó al Congreso de La República donde
algo más de 50 congresista firmaron un memorial para que el Consulado y la
Embajada peruana miraran con especial énfasis este caso.
Estuve
13 meses recluido y se comunicaba vía internet y celular con sus familiares.
“Han sido meses muy duros, fuertes”, confiesa.
Ante
tanta insistencia y al carecer el proceso de pruebas, la Corte Superior del
Distrito de La Paz (Bolivia) ordenó su escarcelación el 4 de mayo último. “El
asambleísta boliviano Alejandro Zapata me propuso apenas saliera de la cárcel,
nadar en el Lago Titicaca y lo iba hacer; pero me dijeron que tenía que cruzar
la frontera lo antes posible y así lo hice. No nadé”.
Ahora
está en Mollendo y tiene mucha gente a la que agradecer; pero lo más importante
es volver a retomar el training de su vida. Este es un nuevo comienzo.
“Ya
me han hecho propuestas para nadar de Catarindo a Matarani, o de Matarani a
Camaná; estamos viendo esas posibilidades. ¿Volvería a cruzar el Titicaca?,
claro. Pero por ahora tengo que arreglar mi vida familiar y personal”, promete.
Comentarios