El 24 de mayo de 1964 es
una fecha lamentablemente inolvidable para el fútbol peruano. Ese día la
tragedia rondó el estadio Nacional de Lima. 320 personas murieron, la mayoría
de ellas aplastadas contra las puertas 10, 11 y 17 de la tribuna norte, y otras
500 salieron heridas a causa del pánico causado por un gol mal anulado y la
reacción exacerbada de algunos hinchas.
Ese día, en el coloso de
José Díaz, se jugaba el primer partido de la sexta fecha del Preolímpico
Sudamericano Sub-23 que clasificaba a dos equipos a los Juegos Olímpicos de
Tokio 1964. Frente a frente se encontraban las selecciones semiamateur (solo se
permitían que jueguen 4 jugadores profesionales por equipo) de Perú y Argentina
ante 47 mil espectadores.
El estadio era un loquerío,
recalca el Comercio en su edición del 25 de mayo, porque Perú necesitaba ganar
para seguir con chances de ir a las olimpiadas. Perú saltó a la cancha con Barrantes
(arquero), Guerrero, Castillo, Chumpitaz, Sánchez; Lara, Rodríguez, Zavala;
Cassaretto, La Rosa y ‘Kilo’ Lobatón.
El partido fue de ida y vuelta, se jugaba con los dientes
apretados. El primer tiempo terminó en cero. Nadie presagiaba lo que sucedería
minutos después.
A los 18´ del complemento Argentina se puso en ventaja con
gol de Manfredi luego de un mal rechazo del portero Barrantes tras un cobro de
tiro de esquina. La tribuna en vez de bajonearse, comenzó a vitorear más, se
hizo sentir más.
La jugada fatal se produjo a los 35´. El zaguero argentino
Morales rechaza un disparo, la pelota choca en la pierna de Lobatón e ingresa
al arco de Cejas. Gollllll, el estadio explotó, pero… el árbitro uruguayo Ángel
Eduardo Pazos, que se encontraba a 25 metros de la jugada, anuló el gol por jugada peligrosa.
Los ánimos se caldearon, los peruanos protestaron en la
cancha y en las gradas la gente protestaba lanzando objetos a la cancha y un
hincha, el tristemente célebre Víctor Vásquez más conocido como el Negro Bomba,
saltó al campo de juego tratando de agredir al árbitro quien había dado por
terminado el partido. Otros espectadores le trataron de seguir los pasos. La
policía optó por soltar a la guardia canina y lanzar bombas lacrimógenas.
Las mayorías de las bombas tenían como destino la tribuna
norte, la gente trataba de escapar, pero las puertas estaban cerradas. Todos se
desesperaron por salir. Niños, jóvenes, hombres y mujeres murieron aplastadas.
Un primer conteo hablaba de 260 víctimas, luego pasó a 300 y finalmente, luego
de dos semanas, se lanzó la última cifra: 320.
Dentro de ese grupo se encontraban tres arequipeños que
habían ido a ver ese partido. Se trata de la profesora María Esther Torres de
Pino, su hijo José Alberto Pino Torres y el guardia civil Manuel Tejada Álvarez.
Los problemas no acabaron ahí. Hubo saqueos, vandalismo, se incendiaron buses y
automóviles. Un grupo de hinchas marcharon con banderas ensangrentadas al
Palacio del Gobierno, pidiendo al presidente de turno (Fernando Belaúnde Terry)
“justicia”. El gobierno dio 5 días de luto laborables.
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